Hace tres décadas, el mundo de la música experimentó una de sus pérdidas más sentidas: Kurt Cobain, líder de Nirvana y voz de la generación grunge, fue encontrado sin vida en su hogar de Seattle, dejando atrás una carta suicida que resumía su tormento interno con las palabras “Es mejor estar quemado que desvanecerse”. Su muerte marcó no solo el fin de su batalla personal contra la depresión y la adicción sino también el cierre abrupto de un capítulo vibrante en la historia del rock.
Nirvana, bajo el liderazgo de Cobain, encarnó el espíritu rebelde del grunge, un subgénero que mezclaba la crudeza del punk con la densidad del metal, emergiendo desde la costa oeste de EE.UU. a finales de los ochenta. La banda, con éxitos que aún resuenan como himnos generacionales, se catapultó a la fama mundial, cambiando el panorama musical de los noventa. Sin embargo, detrás del estrellato, Cobain luchaba con demonios personales que eventualmente lo llevaron a su trágico final a los 27 años, una edad que ha visto desaparecer a varias estrellas del rock, dejando un vacío en el mundo de la música y en los corazones de los fans.
Los últimos días de Cobain estuvieron marcados por una serie de eventos tumultuosos, desde su internación en un centro de rehabilitación hasta su última presentación en Alemania, la cual estuvo plagada de dificultades técnicas y una voz mermada por la enfermedad. Tras escapar de rehabilitación, Cobain regresó a Seattle, donde sus días terminarían en una nota de despedida que reflexionaba sobre su incapacidad para sentir alegría en la música y el amor abrumador hacia su hija y el mundo, culminando en una decisión fatal que conmocionó al mundo.